Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

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viernes, 30 de noviembre de 2007

13. ¡Qué vergüenza! ¡Qué insulto!

No me gusta hablar aquí de política, ni de temas relacionados con ella. Pero lo que manifiesto a continuación me enerva de tal manera, me escuece tanto, que no puedo callármelo:

Resulta que el tal Pere no sé cuántos, Director General de Tráfico, que nos funde a multas por exceso de velocidad, y el tal Alberto Ruiz, alcalde de Madrid, que también nos fríe a multas porque vamos a velocidad excesiva y por aparcar indebidamente, etc., etc., ¡se saltan los límites cuando les da la real y absoluta gana! ¡Qué vergüenza!, ¡qué asco!, ¡qué repugnancia!, ¡qué poca coherencia tienen nuestros políticos!, ¡qué insulto al ciudadano normal! Yo he pagado por ir a 80 km/hora sobre 50 la cantidad de ¡600 euros! (cierto que evité, de momento, la pérdida de 6 puntos en el carné, ley hecha para ricos, claro) y tengo pendientes tres recursos por aparcamiento indebido (que están por demostrar) y estos capullos políticos, demagogos, mentirosos, falsos, incompetentes, jartos de soberbia... que piensan sólo en ellos y no en el pueblo que les ha elegido, ¿pagarán la misma multa (ellos o sus chóferes, pero ellos como responsables)?

¡Qué vergüenza! ¡Ya está bien! O estos dos señores (por llamarles con un respeto que en absoluto merecen) dimiten ya o deberíamos lo ciudadanos del montón declararnos en huelga de pago de multas, objetores de conciencia, contra esta panda de impresentables que nos gobiernan, con honrosas excepciones.

12. Ella, él y la calita, en 400 palabras (tres y cuatro).

Hoy tocan dos, relacionados; cada uno de ellos de cuatrocientas palabras, exactamente.

Ella y la calita

Ella se levantó algo tarde, como siempre, ¡qué bien se estaba en la cama a primera hora de la mañana, en ese duermevela delicioso! Se cubrió con la camisa blanca y calentó el café. Fumó el pitillo de rigor, pasó por el cuarto de baño para maquillarse ligeramente y ocultar en lo posible su cara de sueño y se fue a la playa.

La playa... seleccionó ese día la cala de La Gaviota, su favorita. Se quedó observando desde el acantilado la belleza de la playita, vacía, con la arena aún virgen, pues nadie la había pisado desde que bajó la marea, que aún no había comenzado a subir. El viento, Poniente suave, arrastraba hasta su olfato el olor a mar y hacía llegar a sus oídos el rumor de las olas que rompían una tras otra hasta lamer la arena, acariciándola. Miró la mar, infinita, y su sinfonía de colores: transparente el agua en la orilla, dejando ver la arena con sus mil formas distintas, blanco en las olas al romper, verde azulado claro en el valle entre cresta y cresta de las olas, verde oscuro más allá, azul a lo lejos y azul marino allá en el horizonte, donde la mar se pierde al juntarse con el firmamento, formando esa línea curva apenas perceptible. El sol, a su espalda, proyectaba la sombra de su cuerpo sobre la arena y la cabeza sobre las olas... se sentía pequeña ante la inmensa figura grisácea.

Bajó por la escalera esculpida en la roca del acantilado y se fue quitando la ropa al pisar la arena templada; el sol comenzaba a calentar ya. Observó la huella de las gaviotas sobre la franja de arena seca que la última marea no cubrió y miró hacia arriba buscando la belleza de su vuelo.


Avistó una gaviota solitaria, que se zambullía en la mar buscando su alimento y descubrió la luna llena, pálida, a punto de ponerse allá a lo lejos, por el Poniente, desde donde la suave brisa acariciaba su cuerpo desnudo. Contempló absorta su belleza, hasta que una bandada de aves zancudas le hizo desviar su mirada; iban en formación, a manera de uve gigante, y se iban turnando en su vértice, ¡cuánta entrega!, ¡cuánta labor de equipo! De vez en vez, una se rezagaba y parecía que otra dejaba la uve gigante para ayudarla a regresar, ¡cuánta generosidad...!


© 2007, el autor de este blog


Él, la calita, ella

Él se levantó temprano, como siempre, se puso el albornoz blanco y fue a la cocina. Hizo café mientras pelaba la naranja. Es su primer placer del día: la naranja fresca, recién cogida del árbol el día anterior, que comió con fruición. Terminó de desayunar, fumó el pitillo de rigor, pasó por el cuarto de baño y se fue andando a la playa.

Prefirió bordear el río, entre pinares, y disfrutar del frescor de la mañana, que el viento de Poniente traía desde la mar, antes de llegar a cala de La Gaviota, su favorita. Fue un largo paseo salpicado de flores salvajes de múltiples colores, deteniéndose a cada rato para oír el silencio, interrumpido sólo a veces por el piar de los pajarillos, el mugido de una vaca lejana o el cucú de la alondra picuda.


Cuando llegó, se quedó observando desde el acantilado la belleza de la playita, la inmensidad de la mar tan rica en colores dorados, verdosos, azules en todas sus tonalidades y allá a lo lejos la línea curva del horizonte...


Detectó pisadas bordeando la orilla y eso le molestó. Era más tarde que otros días y alguien se le había adelantado. Le pareció ver un trozo de toalla extendida sobre la arena entre las rocas más alejadas de la escalera de piedra, horadada en el acantilado.

Bajó, en silencio, se desnudó, y colocó su cosas sobre unas rocas situadas casi en el centro de la calita. Se aproximó a la orilla para comenzar a correr y entonces la vio.

Ella hacía sus estiramientos, de espaldas a él, y él no pudo evitar contemplarla: era una figura preciosa. Sus piernas, largas; la curva de sus caderas, perfectamente dibujada; su espalda, bonita, sobre la que caía alternativamente su melena rubia, según el movimiento de su cuerpo, de piel morena tostada por el sol...

Cuando ella se dio la vuelta, él comenzó a correr y no se atrevió a mirarla. Se imaginaba su cara angelical, sus hombros bien dibujados, sus senos deliciosamente esculpidos, su vientre ligeramente redondeado y sus piernas atractivas.

Ella se acercó a la orilla y comenzó su paseo a paso de marcha, mientras él corría. Se cruzaron sin decir palabra y él confirmó lo que imaginaba.

“Es guapo, tiene buen cuerpo, me gustan sus nalgas”, pensó ella.

–¿Corremos juntos? –preguntó él cuando se cruzaron.
–Iba a pedírtelo yo –respondió ella.

© 2007, el autor de este blog

domingo, 25 de noviembre de 2007

11. Ella, en 400 palabras (dos).

La poesía no gusta, eso dice Donce y tiene razón. Así que sigo con mis relatos cortos de cuatrocientas palabras, escritos hace un par de años. Éste es el segundo.

Ella

La había visto varias veces sentada a la misma mesa en la cafetería donde yo suelo desayunar. Apenas si me había fijado en ella. Esta mañana sí lo hice. Me senté en un taburete desde donde podía contemplarla directamente y abrí el periódico para disimular un poco. No me interesaban nada las noticias del día, ni siquiera sé qué periódico había cogido de la barra del bar. Tenía una reunión de trabajo a las diez, pero tampoco me interesaba mucho; es más, ya había llamado a la oficina para decir que llegaría más tarde, que empezaran sin mí. La miré. Ella estaba escribiendo, muy concentrada, en un cuaderno de pastas rojas. Lo hacía deprisa, yo diría que sin dudar lo más mínimo porque no la vi detenerse un segundo, ni tachar nada, ni releer lo escrito. De vez en cuando levantaba su vista del papel y me miraba durante una fracción de segundo, yo creo que sin verme. Pelo castaño, de piel morena, diría que tostada por el sol, seguro, labios finos y nariz un tanto afilada. Atractiva. Con una frecuencia precisa, su mano izquierda recogía la melena que le caía por la cara y la pasaba por detrás de la oreja, con ese gesto tan femenino. Ella seguía escribiendo, mirándome sin verme, creo, a cada rato. Yo continuaba mirándola fijamente… ahora ya con descaro, sin disimular tras el periódico abierto. Cerraba los ojos y podía reproducirla en mi mente con todo detalle. De repente la vi sonreír.


Me pareció que rubricaba su escrito, arrancó las hojas del cuaderno de pastas rojas, se levantó y se dirigió hacia mí. “¡Hola”, me dijo, y me las entregó. Perplejo, sin decir palabra, comencé a leerlas: “Lo he visto varias veces sentado en el mismo taburete en la cafetería donde suelo desayunar. Apenas si me había fijado en él. Esta mañana sí lo he hecho. Tengo una reunión en la oficina dentro de un rato, pero ya he llamado para que no cuenten conmigo. Me he puesto a escribir para disimular un poco. Lo miro de vez en cuando, creo que él no se da cuenta, y compruebo que me mira fijamente. Es moreno, de tez morena tostada por el sol, seguro, con barba bien cuidada salpicada de canas, nariz aguileña y labios carnosos. Atractivo. Con gesto firme y masculino se acaricia la perilla periódicamente, con frecuencia fija, sin dejar de mirarme…”.



© 2005, el autor de este Blog



viernes, 23 de noviembre de 2007

10. Ahora, poesía... o casi (uno)

Hace ya unos años me dió por intentar escribir algunos versos. Los escribí, pero yo no sé juzgarlos (serán malos y cursis, seguro, pero ¡qué le voy a hacer!). De momento, expongo éstos, que dediqué a mi mujer y sé que puse mucho cariño en ellos.


Tu estela

Tu estela me envuelve ¡hace tanto tiempo…!
Desde el instante primero en que te conocí
reconocí tu estela libre al viento,
me cautivó hechizado, me arrolló y te seguí.

Tú dejas en tu estela parte de ti,
que de ti se desprende y me inunda,
suavemente, y penetra, entra en mí,
por los poros de mi piel, profunda.

Henchido de tu perfume sigo tu estela,
si intento escapar no puedo,
si huir pretendo no me dejas,
me retienes, me enamoras y me quedo.










¿Qué tiene tu estela que me embelesa?
¿Qué, que tanto me ata y me enloquece?
Me arrastra hacia ti con fuerza, no cesa,
no se contiene, permanece.

Lleno de espuma blanca,
de la espuma perfumada de tu estela,
sobre la mar en calma
me llevas hasta tu vera.

Y allí te abrazo, me fundo contigo,
tu estela y la mía se vuelven una.
¿No eres tú, acaso, por quien yo suspiro?
¡Eres tú, sin duda alguna!

© 1999, el autor de este blog.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

9. Pareja, en 400 palabras (uno).

Hace tiempo concurrí a un concurso de relatos cortos en un periódico nacional. El límite, en palabras, era de cuatrocientas. Presenté un par de relatos, sin éxito, claro, aunque llegué a escribir unos cuantos más. Y, como este blog hay que llenarlo, voy a publicar, mientras no se me ocurran nuevas ideas, algunos de esos relatos cortos. Todos, incluyendo el título, tienen exactamente 400 palabras. Aquí está el primero:


Pareja

G. y R. decidieron dar un paseo aquella tarde. Hacía tiempo que las cosas no les iban bien y acababan de discutir de nuevo, cierto que levemente, pero habían discutido otra vez. Tristes y sin ganas de hablar, consiguieron ponerse de acuerdo en que necesitaban aire. No era el mejor momento para salir, el viento de Poniente de aquel final de otoño era fuerte y fresco, había traído nubes del Atlántico y amenazaba lluvia. La tarde, acababan de sonar las cinco campanadas de ese reloj antiguo de pared que tanto le gustaba a G., no invitaba precisamente a pasear, sino más bien a quedarse en casa al calor de la chimenea. Lo sabían, pero decidieron salir; R. con la ira a flor de piel, G. con su rabia contenida.

“Se te ocurrió salir a ti, ¿no? Siempre me haces lo mismo, sabiendo lo poco que me gusta el viento frío” pensaba G. que iba a decir de un momento a otro.

“Tenías que ser tú quien tuviera esta brillante idea, con lo que va a caer –se mordía la lengua R. para no soltarlo–. ¡Sabes de sobra lo que odio la lluvia!”

Salieron de la casa con la esperanza de volver pasado un rato, pero ni G. ni R. daban su brazo a torcer. Comenzó a llover y el viento arreció. Con las ropas empapadas llegaron hasta el acantilado desde donde se podía contemplar, con buen tiempo, la gran playa de Nadir y abajo, al pie, las calitas de aquella zona.

“Aquí intimamos la primera vez –pensaba G.–. Fue hace... ¿cuántos años? Eran calitas salvajes y había que bajar jugándose el tipo por el acantilado. Nos desnudamos... fue maravilloso.”

“Fue en esta cala –recordaba al mismo tiempo R.–. Su cuerpo desnudo… fue delicioso…”.


Se miraron sin cruzar palabra, pero se dijeron muchas cosas con esa mirada intensa que mantuvieron a duras penas, con los ojos entrecerrados por efecto de la lluvia y el viento. Se apagó la ira de R. y se desvaneció la rabia de G. Se cogieron de la mano y bajaron a la playita por las escaleras recién esculpidas en el acantilado. Se despojaron de la ropa, a pesar del frío y la lluvia, y rodaron en un abrazo por la pendiente de arena húmeda hasta la orilla. Entonces, una ola gigante revolcó sus cuerpos que, enlazados, fueron arrastrados hacia la mar profunda.

© 2005, el autor de este blog.

martes, 20 de noviembre de 2007

8. Da gusto oír algunas cosas, pero hay que hablar menos

Hoy me llamó una amiga por teléfono para decirme que mi primera novela le gustó mucho ("mucho, mucho", me dijo literalmente). Lástima que mi vanidad henchida me hiciera hablar más de la cuenta para agradecerle su piropo y no le dejara decirme más cosas. Seguro que algo más me habría dicho, bien para alabarla más (y mi vanidad se habría vuelto inaguantable), bien para dejar caer alguna crítica, que es lo lógico. Perdona, Sol. ¡Y gracias, muchas gracias!

lunes, 19 de noviembre de 2007

7. Llegan los comentarios

Berrendita, "la Jefa" de la Fábrica de Sueños, y Donce, asidua de la Fábrica, me han hecho el honor de comentar este mi blog. Sólo puedo agradecerlo sinceramente (me sorprenden gratamente los comentarios que hacéis) y prometer que seguiré leyendo los sueños que fabrican Berrendita y sus fieles seguidores.

domingo, 18 de noviembre de 2007

6. Llega el frío

Escribí esto en un comentario en el blog de la "fábrica de sueños"(http://lafabricadeberrendita.blogspot.com/), un blog precioso y bien escrito, por cierto.

Lo escribí basado en lo que esribe Berrendita, me gustó (me gusté) y lo reproduzco:

"Ahora que el otoño de la vida anuncia el invierno,
después de que el verano, en su plenitud de vida, ya acabara
tras una primavera esplendorosa, desbordante de amor...

Ahora que el deseo aún surge en la mente
y se congela en el cuerpo por ese frío que el otoño anuncia,
por ese frío que condensará el aliento en el invierno que llega...

Ahora, cuando llega el invierno de la vida,
ni siquiera surgirá el deseo y se helarán los besos de rutina,
y se morirán de frío las caricias de siempre..."

5. Viento de Levante

En mi tierra, en Cái, el Levante es un viento irregular, seco, caluroso y sonoro. Los árboles se inclinan hacia el oeste, pero sus ramas van de un lado a otro como si el viento fuera “redondo”. Los remolinos que produce hacen volar lo que encuentran a su paso, como si de pequeños tifones se tratara, elevando la hojarasca a metros y metros de altura en un vuelo helicoidal. Si se observa una veleta, se verá que gira casi los 180 grados, desde el norte hasta el sur o, para ser más precisos, desde el nornordeste hasta el sursudoeste. Y, si el viento es muy fuerte, no es extraño verla girar una vuelta completa. Es un viento que silba al penetrar por cualquier rendija, produciendo sonidos cambiantes que parecen recorrer toda la escala musical. El Levante es un viento que sopla irregular, a ráfagas. Arrecia fuerte, descansa unos instantes, como para tomar nuevas fuerzas, y vuelve a la carga. Un buen temporal de Levante puede durar días y días, semanas y semanas en ocasiones.

Pero aquí, en Madrid, echo de menos sus ráfagas, su calor, sus silbidos. Echo de menos las aguas claras que deja en mis playas de Cái, la arena que lanza como alfileres contra tu cuerpo, el cielo azul que limpia de nubes...

sábado, 3 de noviembre de 2007

4. Desde Madrid

Aquí, en Madrid, me falta aire al respirar... y sólo me consuela soñar con mis playas de Cái. Sueño que estoy allí, que piso la arena húmeda con mis pies descalzos, que me baño en las frescas aguas de mi cala preferida, que me dejo arrastrar por las olas hasta que me encallan en la arena... sueño que me tumbo a tomar el sol y contemplo las gaviotas pasar con su elegante vuelo entre el cielo y yo... siento en mi piel el frescor del Poniente que arrastra el olor de la sal marina...