Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
A mí me sirve de entretenimiento y si a ti también te distrae, ¡estupendo!.
Si, además, dejas un comentario... ¡miel sobre hojuelas! Un abrazo,
Guarismo.

lunes, 31 de diciembre de 2007

21. 2007 y 2008, en 400 palabras (ocho).

2007, que te vas:

Mejor que te vayas, sí. Para siempre. Nos trajiste buenas cosas y cosas malas también, como todos tus colegas. A unos les fue mejor; a otros, peor. Como es natural.

Ahora que terminas, ahora que te vas, prefiero recordar solamente lo bueno que nos trajiste, que algo hubo, y olvidar lo malo, que no fue poco. Y haznos un favor, antes de irte: pídele a tu siguiente colega, ése, el 8, que venga con más ánimo, que lo necesitamos. Con más alegría, que es buena. Dile que nos traiga la paz al mundo y... ya sabes, todos esos tópicos (¡qué tontería!, como si dependiera del año y no del hombre...). Bueno, no importa, pídeselo, si es que os encontráis, que yo creo que sí. Yo creo que coincidiréis en ese instante infinitesimal en que le darás paso. El 8 lo necesita para que le cuentes cómo fuiste tú y cómo dejas las cosas. Aprovecha y dale ánimos. No le cuentes lo malo que nos trajiste, háblale sólo de lo bueno y anímalo a superarlo. Puede que te haga caso y 2008 nos traiga buenas cosas a todos. Dile que, aunque siga habiendo guerras y muerte, hambre y enfermedades, catástrofes y tragedias... que sean las menos. O que no sean, pero esto es un sueño imposible, ya lo sé.

Eres el año viejo, nueve veces 223, que es número primo. Ya te vas, aunque nos dejas tus recuerdos, buenos y malos, para unos y para otros, supongo, como es natural.


2008, que ya llegas:

¿Te contó algo 2007? ¿Te dijo lo que le dije? Te esperamos con los brazos abiertos. Por cierto, no pases tan rápido, por favor. No, al menos no para los que ya contamos el tiempo al revés... Transcurre despacio, no te precipites, no corras, no vueles, que no hace falta, no tengas prisa.

Déjanos pensar antes de actuar. Ayúdanos a callar cuando no tengamos nada que decir y anímanos a hablar sólo cuando lo que digamos sea sabio. Impúlsanos a derrochar amor, que nunca es tarde, que nunca es mucho. Consiéntenos vivir tus días sin molestar a nadie. Permítenos disfrutar cada uno de los segundos que nos regales.

Eres el año nuevo, bisiesto, ocho veces 251, que es un número primo. Y ya llegas. Haz que en 2009 te recordemos con cariño y celebremos, tristes, tu marcha, porque fuiste un gran año. ¡Ojalá!


P.D.: Lo dicho: que el año 2008 sea muy grande para todos.

jueves, 27 de diciembre de 2007

20. Desastre, en 400 palabras (siete).

Se acerca la Nochevieja de 2007... En 400 palabras, exactamente, narro lo que me ocurrió en la Nochevieja de 2005. La historia es real... creedme. Sólo inventé que el salmón iba con alcaparras (que, por cierto, no me gustan), cuando la verdad es que iba solo con las tostadas. ¡Que os divirtáis y tengáis un 2008 muy feliz...!

Desastre

Nochevieja, las seis de la tarde; preparando la cena del año, que este año toca en casa. Cierto nerviosismo, claro. Hay que hacer el cordero, los langostinos no, que los compramos ya cocidos; hay que preparar los aperitivos, que mi mujer se empeña en que sean vistosos, con el trabajo que lleva. Todos los años discutimos: “déjame que te ayude”, “no, que eres un manazas”, “¡pero si esto lo sé hacer!”, “¡vamos ya, harías un churro, seguro!”; “mira”, y preparo un espárrago envuelto en jamón con mayonesa y huevo hilado, “mira qué bien me queda” y, al mostrárselo, se me escurre de la mano y se estrella en el suelo, poniéndolo perdido; el espárrago rueda y el perro corre por él. Yo lo intento agarrar y piso el jamón, patino, caigo sobre el perro, que chilla, luego ladra, me agarro a la mesa para no desnucarme y el plato lleno de tostadas con salmón y alcaparras cae boca abajo, claro, y se esparce todo por el suelo. “Perdona”, le digo al incorporarme, “yo lo recojo, tú vete al salón”. Inútil. Le insisto. Peor. “Mira, antes de que pierda los nervios, lárgate de aquí. Yo me encargo de todo, que tú eres un desastre”. Me voy. Me llama. “Haz algo útil: saca la basura”. “Vale”. Salgo a la terraza, veo dos bolsas, una grande en el suelo y otra pequeña sobre el fregadero. Las cojo y pienso: “joder, por qué no meterá la pequeña en la grande, si cabe perfectamente. ¡Mujeres!”. Las deposito en los cubos que hay en el garaje. Vengo tan feliz de sentirme útil y pidiendo perdón a mi mujer en mis adentros. “Es una santa, pero un día de estos me va a matar y tendrá razón”. Entro y me siento. La mesa la ponen mis hijos, que a mí tampoco me deja. El año pasado rompí dos platos de la vajilla nueva y tres copas de la cristalería; tampoco me deja recoger, la última nochevieja tiré tres cubiertos de la cubertería nueva a la basura. Nos sentamos, ya estamos todos. “Voy por los langostinos”, dice mi mujer. Y la oigo gritar desde la terraza: “¡No me lo puedo creer! ¿Has tirado los langostinos a la basura? ¡Estaban en una bolsa blanca sobre el fregadero…!” Yo no digo nada, me pongo rojo, me levanto, salgo de casa a buscar los langostinos… y no sé si volveré.


(P.D.: excediendo las 400 palabras, diré que, finalmente, recuperé los langostinos del cubo de la basura y volví a casa. Por cierto, los langostinos estaban exquisitos...)

© 31 de diciembre de 2005, el autor de este blog.

sábado, 22 de diciembre de 2007

19. Viento Norte, en 400 palabras (seis).

En 400 palabras hablo de mis novelas... las puedes encontrar en www.lulu.com

Viento Norte

No, hoy no hablo del viento Norte de mi tierra, Cái, como lo hice sobre el viento de Levante (en 5.). Hoy escribo, con satisfacción, para decir que he terminado mi tercera novela: Viento Norte. Con ella termino la trilogía de los vientos: V. de Levante, V. de Poniente y V. Norte. Ya sé que no sois muchos los lectores de este blog (ya hay algunos y no los esperaba... ¡gracias!), pero en algún sitio había de reflejar mi alegría...

La primera novela la comencé en el verano de 1997 y la terminé en el verano de 1998. La escribí con toda la dedicación de que entonces fui capaz: vacaciones, fines de semana y muchas noches del año hasta caer rendido. Fue una experiencia extraordinaria. Disfruté muchísimo escribiéndola... y han disfrutado mis lectores leyéndola, según me dicen (me pueden engañar... pero todos al unísono me parece improbable). La novela, que pretende reflejar el viento de Levante en Cái, caluroso, violento, con sus ráfagas irregulares, trata del invento de un chip por su protagonista Lex y las vicisitudes por las que pasa, con su mujer Clara, Julia y otros personajes. Es intensa, como ese viento, y me dicen que “engancha”.

Me gustó la experiencia y comencé Viento de Poniente en julio de 2002, terminándola en enero de 2005. Continúa la anterior, esta vez basada en la vida de Clara cuando VdL termina. Es más calmada y fresca que la primera, como el viento de mi tierra que le da nombre: fresco, húmedo, suave... No engancha como el Levante, me dicen, pero a mí me gustó el ejercicio de meterme en la piel de una mujer...

En agosto de 2004 empecé a escribir la que cierra la trilogía: Viento Norte. Es la vida de Lex tras VdL. Aún no tengo lectores, no sé qué opinarán. La terminé ayer. Ahora estoy pendiente de solicitar el ISBN. He pedido una primera copia para hacer la última revisión, antes de ponerla a la venta. Espero publicarla a final de enero.

(Por cierto, las publico en lulu.com: una web en la que tus obras se publican, se venden y se imprimen bajo demanda, con lo que el autor no tiene que desembolsar cantidad alguna; creo que es un muy buen invento).

No pretendo ser buen escritor, ya me gustaría. Pero me divierte escribir y si alguien se divierte leyendo mis obras, mejor que mejor.

sábado, 15 de diciembre de 2007

18. El escritor y el viento, en 400 palabras (cinco).

Otro relato más de cuatrocientas palabras... Así y allí empecé mi novela "Viento de Levante".

El escritor y el viento

Papel blanco, y en blanco, pluma con tinta azul florida y una idea. La tarde, soleada aunque fresca, con esa brisa suave de Poniente que me trae el rumor de las olas desde la playa. De vez en cuando oigo, además, el piar de algún pajarillo que salta entre los pinos buscando su nido… o a su pareja. Sé que al atardecer, cuando el sol se oculte por esa preciosa curva sobre la mar, todos los pajarillos piarán al unísono, lamentando, quizás, que el sol les deje, temiendo, acaso, la oscuridad que llega. De repente, silencio. Ya no oigo las olas al romper sobre la arena ni pía ningún pajarillo. Cierro la pluma y me quedo quieto, escuchando. Silencio. Va a cambiar el viento. Es como si la Naturaleza se callara de golpe, cogiendo aire y quedándose quieta, sin atreverse a respirar siquiera, guardando en sus pulmones la última brisa fresca de Poniente. Silencio. Me levanto y me alejo de la casa para ver la veleta que culmina el tejado: está orientada al Este. Sí, saltará viento de Levante. La calma chicha que lo precede puede durar un rato todavía. El silencio lo rompe la alondra picuda que, allá a lo lejos, quizá reclama a su amado con voz de cuco, uúu, uúu, uúu… o que acaso se queja porque se le fue el Poniente.

Papel blanco, y en blanco, pluma con tinta azul florida y una idea. Quito el capuchón a la pluma y empiezo a escribir: “La puerta que daba al porche estaba mal cerrada. Por la rendija, el sol del atardecer dejaba pasar sus débiles rayos en aquel otoño que finalizaba. Clara, terminadas las tareas del día, se sentó en el sofá junto a la chimenea. El fuego la distraía y la relajaba,”. La relajaba, la relajaba, ¿y? La chimenea necesitaba leña, ¿se iba a levantar, o había echado leña suficiente antes de sentarse? ¿La encendió? ¿Hacía frío? ¿Qué son las tareas del día? Continúo escribiendo: “pero le daba pereza preparar la leña y...”. Y llegó el Levante, de pronto, como siempre, con una fuerte ráfaga que hizo rugir las copas de los pinos y las inclinó cuanto pudo hacia Poniente. Me arrebató de un golpe la hoja escrita con tinta azul florida y una idea y la elevó en un remolino. ¡Uf! Sentí cierto alivio y no me levanté a rescatarla.


© 2005, el autor de este blog

sábado, 8 de diciembre de 2007

17. ¡Desde mi Cái! (y tres).

Mi último día en mi Cái en este puente de diciembre... ¡Qué pena! Pero me voy, como decía ayer, cargado de sol, de mar, de sal, de la arena rubia de mis playas, de familia, de la alegría única de esta tierra...

Hoy, sol radiante hasta las diez de la mañana, nubes luego; tocó también paseo por el acantilado, fotos (enebro marítimo con mi perro, especie en extinción; el enebro, no mi perro), fresco de Poniente en calma, muy agradable.

A la una y media salió el sol de su escondite nuboso, corrí a mi cala favorita y me bañé de nuevo, agua salada de mi mar atlántico, fresca, olas con destellos de sol, tras tumbarme un rato sobre la arena rubia y llenarme de los rayos generosos del astro rey.


Dejé mis huellas en la arena, no para la posteridad, no, sólo por unos minutos, hasta que la siguiente ola de la marea que subía las engullera con sus aguas espumosas y borrara mi presencia allí hasta el próximo viaje.


Días de descanso... días deliciosos con sus momentos mágicos. Mañana, vuelta, siete u ocho horas de viaje, carreteras llenas. Aún recuerdo cuando, en el 92, recién inaugurada la autovía Madrid-Sevilla, había un cartel (cuando todavía se permitían anuncios en la carretera) que rezaba: ¡Cádiz, la mar de cerca! Sí, el doble sentido del anuncio era cierto, porque de diez horas bajamos a cinco, como mucho seis, para llegar a Cái. Hoy, con los límites de velocidad que no cumple el tal Pere y tanto tráfico, bajar de ocho es todo un éxito.

16. ¡Desde mi Cái! (dos). Viento Sur.


Hoy sí hizo viento Sur por la mañana, que trajo nubes a mis playas...

No pude bajar a bañarme, hacía frío, pero paseé por el acantilado para contemplar mis playitas desde arriba, hacer unas fotos y ver volar las gaviotas, con ese vuelo fácil y elegante.


Y ver cómo, poco a poco, los enebros marítimos se van regenerando...

Fue un día de paseo con olor a mar, tranquilo, con tiempo para pensar...

Fresco al anochecer, con Poniente de nuevo. Y cielo despejado, con la Osa Mayor que me la encuentro siempre en diciembre a la puerta de mi casa.

jueves, 6 de diciembre de 2007

15. ¡Desde mi Cái! (uno).

¡Por fin! Escribo desde mi rincón en las costas de Cái, desde este cashito de paraíso que para mí supone media vida, o tres cuartos... Contemplar la mar desde el acantilado; oír, desde mi casa, el rumor de sus olas que me trae el viento de Poniente con su sabor a sal; pisar la arena rubia de sus playas; bañarme en sus aguas, frías en estas fechas; tumbarme a su vera y atrapar en mi piel los débiles rayos del sol de diciembre para que no escapen y sentir su calor...



Es mi momento mágico, cuando, como esta mañana, bajo a mis playas de Cái y me fundo con ellas. Dejo pasar el tiempo a su antojo, corriendo primero un rato, paseando luego de extremo a extremo por la orilla, contemplando la belleza de las olas que la mar me trae hasta mis pies, formando con sus aguas mil figuras caprichosas que estallan en espuma blanca al romper y luego acarician la arena. O mirando cómo rompen las olas contra las rocas, aquéllas que no quisieron besar la arena rubia. Y sigo el vuelo de las gaviotas que tanto admiro, hasta que mi vista las pierde, pero luego vienen otras.

Esta mañana, con Poniente en calma, mi cala favorita estaba vacía. Solos nosotros, mi mujer, mi perro y yo, la llenábamos. Hacía fresquito, pero no me impidió bañarme, luchando contra esas olas gigantes que hoy, caprichosamente, me regalaba la mar. Se me hicieron cortas las dos horas que estuve allí, entre las rocas, el acantilado, las olas, la arena rubia, la mar... pero fue suficiente para cargarme de nuevo de sol, de energía, de vida, de paz...


Os dejo unas fotos, por si me leéis. Me quedan dos días de este puente de diciembre para seguir disfrutando de mi Cái, de mis playas, de mis olas, de mi sol, de su calma, de su alegría...


Son sólo tres días en este bendito puente, que me cargan de vida, de sol y de mar hasta el próximo viaje, dentro de tres meses probablemente, pero son tres días plenos que compensan la espera, que me llenan, que me colman.

martes, 4 de diciembre de 2007

14. El número Phi (Ф) y un juego de números

El número Ф (Phi) , también llamado número de oro, número dorado, sección áurea, razón áurea, razón dorada, media áurea, proporción áurea y divina proporción, es ese número irracional cuyo valor es 1,61803398874989484820458683...

Se explica con cierto detalle en este vídeo:
http://youtube.com/watch?v=j9e0auhmxnc
capturado de un programa de la 2 de TVE. Se puso de moda no hace mucho con la novela El Código Da Vinci, de Dan Brown. Euclides, la serie de Fibonacci... y la naturaleza, el espacio, hasta los agujeros negros... No os lo perdáis, merece la pena.

Podéis ver su definición en Wikipedia (http://es.wikipedia.org/wiki/N%C3%BAmero_%C3%A1ureo) y si buscáis en Google encontraréis mucha más información. Para los que sois aficionados a los números, ya tenéis entretenimiento.

Y si aún queréis entreteneros más, utilizando a tope vuestras neuronas, haced este ejercicio que circula últimamente por la Red (autor: Rodrigo Pérez, dice la presentación). Es sencillo; haced las operaciones matemáticas que queráis, con tal de que el resultado sea el que aparece (por ejemplo: 2 + 2 + 2 = 6).

1 1 1 = 6
2 2 2 = 6
3 3 3 = 6
4 4 4 = 6
5 5 5 = 6
6 6 6 = 6
7 7 7 = 6
8 8 8 = 6
9 9 9 = 6

¿Habéis resuelto todos? Si no es así y tenéis interés (o prisa), enviadme un correo (guarismo#gmail.com) o esperad a que os llegue lo que por aquí circula.

viernes, 30 de noviembre de 2007

13. ¡Qué vergüenza! ¡Qué insulto!

No me gusta hablar aquí de política, ni de temas relacionados con ella. Pero lo que manifiesto a continuación me enerva de tal manera, me escuece tanto, que no puedo callármelo:

Resulta que el tal Pere no sé cuántos, Director General de Tráfico, que nos funde a multas por exceso de velocidad, y el tal Alberto Ruiz, alcalde de Madrid, que también nos fríe a multas porque vamos a velocidad excesiva y por aparcar indebidamente, etc., etc., ¡se saltan los límites cuando les da la real y absoluta gana! ¡Qué vergüenza!, ¡qué asco!, ¡qué repugnancia!, ¡qué poca coherencia tienen nuestros políticos!, ¡qué insulto al ciudadano normal! Yo he pagado por ir a 80 km/hora sobre 50 la cantidad de ¡600 euros! (cierto que evité, de momento, la pérdida de 6 puntos en el carné, ley hecha para ricos, claro) y tengo pendientes tres recursos por aparcamiento indebido (que están por demostrar) y estos capullos políticos, demagogos, mentirosos, falsos, incompetentes, jartos de soberbia... que piensan sólo en ellos y no en el pueblo que les ha elegido, ¿pagarán la misma multa (ellos o sus chóferes, pero ellos como responsables)?

¡Qué vergüenza! ¡Ya está bien! O estos dos señores (por llamarles con un respeto que en absoluto merecen) dimiten ya o deberíamos lo ciudadanos del montón declararnos en huelga de pago de multas, objetores de conciencia, contra esta panda de impresentables que nos gobiernan, con honrosas excepciones.

12. Ella, él y la calita, en 400 palabras (tres y cuatro).

Hoy tocan dos, relacionados; cada uno de ellos de cuatrocientas palabras, exactamente.

Ella y la calita

Ella se levantó algo tarde, como siempre, ¡qué bien se estaba en la cama a primera hora de la mañana, en ese duermevela delicioso! Se cubrió con la camisa blanca y calentó el café. Fumó el pitillo de rigor, pasó por el cuarto de baño para maquillarse ligeramente y ocultar en lo posible su cara de sueño y se fue a la playa.

La playa... seleccionó ese día la cala de La Gaviota, su favorita. Se quedó observando desde el acantilado la belleza de la playita, vacía, con la arena aún virgen, pues nadie la había pisado desde que bajó la marea, que aún no había comenzado a subir. El viento, Poniente suave, arrastraba hasta su olfato el olor a mar y hacía llegar a sus oídos el rumor de las olas que rompían una tras otra hasta lamer la arena, acariciándola. Miró la mar, infinita, y su sinfonía de colores: transparente el agua en la orilla, dejando ver la arena con sus mil formas distintas, blanco en las olas al romper, verde azulado claro en el valle entre cresta y cresta de las olas, verde oscuro más allá, azul a lo lejos y azul marino allá en el horizonte, donde la mar se pierde al juntarse con el firmamento, formando esa línea curva apenas perceptible. El sol, a su espalda, proyectaba la sombra de su cuerpo sobre la arena y la cabeza sobre las olas... se sentía pequeña ante la inmensa figura grisácea.

Bajó por la escalera esculpida en la roca del acantilado y se fue quitando la ropa al pisar la arena templada; el sol comenzaba a calentar ya. Observó la huella de las gaviotas sobre la franja de arena seca que la última marea no cubrió y miró hacia arriba buscando la belleza de su vuelo.


Avistó una gaviota solitaria, que se zambullía en la mar buscando su alimento y descubrió la luna llena, pálida, a punto de ponerse allá a lo lejos, por el Poniente, desde donde la suave brisa acariciaba su cuerpo desnudo. Contempló absorta su belleza, hasta que una bandada de aves zancudas le hizo desviar su mirada; iban en formación, a manera de uve gigante, y se iban turnando en su vértice, ¡cuánta entrega!, ¡cuánta labor de equipo! De vez en vez, una se rezagaba y parecía que otra dejaba la uve gigante para ayudarla a regresar, ¡cuánta generosidad...!


© 2007, el autor de este blog


Él, la calita, ella

Él se levantó temprano, como siempre, se puso el albornoz blanco y fue a la cocina. Hizo café mientras pelaba la naranja. Es su primer placer del día: la naranja fresca, recién cogida del árbol el día anterior, que comió con fruición. Terminó de desayunar, fumó el pitillo de rigor, pasó por el cuarto de baño y se fue andando a la playa.

Prefirió bordear el río, entre pinares, y disfrutar del frescor de la mañana, que el viento de Poniente traía desde la mar, antes de llegar a cala de La Gaviota, su favorita. Fue un largo paseo salpicado de flores salvajes de múltiples colores, deteniéndose a cada rato para oír el silencio, interrumpido sólo a veces por el piar de los pajarillos, el mugido de una vaca lejana o el cucú de la alondra picuda.


Cuando llegó, se quedó observando desde el acantilado la belleza de la playita, la inmensidad de la mar tan rica en colores dorados, verdosos, azules en todas sus tonalidades y allá a lo lejos la línea curva del horizonte...


Detectó pisadas bordeando la orilla y eso le molestó. Era más tarde que otros días y alguien se le había adelantado. Le pareció ver un trozo de toalla extendida sobre la arena entre las rocas más alejadas de la escalera de piedra, horadada en el acantilado.

Bajó, en silencio, se desnudó, y colocó su cosas sobre unas rocas situadas casi en el centro de la calita. Se aproximó a la orilla para comenzar a correr y entonces la vio.

Ella hacía sus estiramientos, de espaldas a él, y él no pudo evitar contemplarla: era una figura preciosa. Sus piernas, largas; la curva de sus caderas, perfectamente dibujada; su espalda, bonita, sobre la que caía alternativamente su melena rubia, según el movimiento de su cuerpo, de piel morena tostada por el sol...

Cuando ella se dio la vuelta, él comenzó a correr y no se atrevió a mirarla. Se imaginaba su cara angelical, sus hombros bien dibujados, sus senos deliciosamente esculpidos, su vientre ligeramente redondeado y sus piernas atractivas.

Ella se acercó a la orilla y comenzó su paseo a paso de marcha, mientras él corría. Se cruzaron sin decir palabra y él confirmó lo que imaginaba.

“Es guapo, tiene buen cuerpo, me gustan sus nalgas”, pensó ella.

–¿Corremos juntos? –preguntó él cuando se cruzaron.
–Iba a pedírtelo yo –respondió ella.

© 2007, el autor de este blog

domingo, 25 de noviembre de 2007

11. Ella, en 400 palabras (dos).

La poesía no gusta, eso dice Donce y tiene razón. Así que sigo con mis relatos cortos de cuatrocientas palabras, escritos hace un par de años. Éste es el segundo.

Ella

La había visto varias veces sentada a la misma mesa en la cafetería donde yo suelo desayunar. Apenas si me había fijado en ella. Esta mañana sí lo hice. Me senté en un taburete desde donde podía contemplarla directamente y abrí el periódico para disimular un poco. No me interesaban nada las noticias del día, ni siquiera sé qué periódico había cogido de la barra del bar. Tenía una reunión de trabajo a las diez, pero tampoco me interesaba mucho; es más, ya había llamado a la oficina para decir que llegaría más tarde, que empezaran sin mí. La miré. Ella estaba escribiendo, muy concentrada, en un cuaderno de pastas rojas. Lo hacía deprisa, yo diría que sin dudar lo más mínimo porque no la vi detenerse un segundo, ni tachar nada, ni releer lo escrito. De vez en cuando levantaba su vista del papel y me miraba durante una fracción de segundo, yo creo que sin verme. Pelo castaño, de piel morena, diría que tostada por el sol, seguro, labios finos y nariz un tanto afilada. Atractiva. Con una frecuencia precisa, su mano izquierda recogía la melena que le caía por la cara y la pasaba por detrás de la oreja, con ese gesto tan femenino. Ella seguía escribiendo, mirándome sin verme, creo, a cada rato. Yo continuaba mirándola fijamente… ahora ya con descaro, sin disimular tras el periódico abierto. Cerraba los ojos y podía reproducirla en mi mente con todo detalle. De repente la vi sonreír.


Me pareció que rubricaba su escrito, arrancó las hojas del cuaderno de pastas rojas, se levantó y se dirigió hacia mí. “¡Hola”, me dijo, y me las entregó. Perplejo, sin decir palabra, comencé a leerlas: “Lo he visto varias veces sentado en el mismo taburete en la cafetería donde suelo desayunar. Apenas si me había fijado en él. Esta mañana sí lo he hecho. Tengo una reunión en la oficina dentro de un rato, pero ya he llamado para que no cuenten conmigo. Me he puesto a escribir para disimular un poco. Lo miro de vez en cuando, creo que él no se da cuenta, y compruebo que me mira fijamente. Es moreno, de tez morena tostada por el sol, seguro, con barba bien cuidada salpicada de canas, nariz aguileña y labios carnosos. Atractivo. Con gesto firme y masculino se acaricia la perilla periódicamente, con frecuencia fija, sin dejar de mirarme…”.



© 2005, el autor de este Blog



viernes, 23 de noviembre de 2007

10. Ahora, poesía... o casi (uno)

Hace ya unos años me dió por intentar escribir algunos versos. Los escribí, pero yo no sé juzgarlos (serán malos y cursis, seguro, pero ¡qué le voy a hacer!). De momento, expongo éstos, que dediqué a mi mujer y sé que puse mucho cariño en ellos.


Tu estela

Tu estela me envuelve ¡hace tanto tiempo…!
Desde el instante primero en que te conocí
reconocí tu estela libre al viento,
me cautivó hechizado, me arrolló y te seguí.

Tú dejas en tu estela parte de ti,
que de ti se desprende y me inunda,
suavemente, y penetra, entra en mí,
por los poros de mi piel, profunda.

Henchido de tu perfume sigo tu estela,
si intento escapar no puedo,
si huir pretendo no me dejas,
me retienes, me enamoras y me quedo.










¿Qué tiene tu estela que me embelesa?
¿Qué, que tanto me ata y me enloquece?
Me arrastra hacia ti con fuerza, no cesa,
no se contiene, permanece.

Lleno de espuma blanca,
de la espuma perfumada de tu estela,
sobre la mar en calma
me llevas hasta tu vera.

Y allí te abrazo, me fundo contigo,
tu estela y la mía se vuelven una.
¿No eres tú, acaso, por quien yo suspiro?
¡Eres tú, sin duda alguna!

© 1999, el autor de este blog.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

9. Pareja, en 400 palabras (uno).

Hace tiempo concurrí a un concurso de relatos cortos en un periódico nacional. El límite, en palabras, era de cuatrocientas. Presenté un par de relatos, sin éxito, claro, aunque llegué a escribir unos cuantos más. Y, como este blog hay que llenarlo, voy a publicar, mientras no se me ocurran nuevas ideas, algunos de esos relatos cortos. Todos, incluyendo el título, tienen exactamente 400 palabras. Aquí está el primero:


Pareja

G. y R. decidieron dar un paseo aquella tarde. Hacía tiempo que las cosas no les iban bien y acababan de discutir de nuevo, cierto que levemente, pero habían discutido otra vez. Tristes y sin ganas de hablar, consiguieron ponerse de acuerdo en que necesitaban aire. No era el mejor momento para salir, el viento de Poniente de aquel final de otoño era fuerte y fresco, había traído nubes del Atlántico y amenazaba lluvia. La tarde, acababan de sonar las cinco campanadas de ese reloj antiguo de pared que tanto le gustaba a G., no invitaba precisamente a pasear, sino más bien a quedarse en casa al calor de la chimenea. Lo sabían, pero decidieron salir; R. con la ira a flor de piel, G. con su rabia contenida.

“Se te ocurrió salir a ti, ¿no? Siempre me haces lo mismo, sabiendo lo poco que me gusta el viento frío” pensaba G. que iba a decir de un momento a otro.

“Tenías que ser tú quien tuviera esta brillante idea, con lo que va a caer –se mordía la lengua R. para no soltarlo–. ¡Sabes de sobra lo que odio la lluvia!”

Salieron de la casa con la esperanza de volver pasado un rato, pero ni G. ni R. daban su brazo a torcer. Comenzó a llover y el viento arreció. Con las ropas empapadas llegaron hasta el acantilado desde donde se podía contemplar, con buen tiempo, la gran playa de Nadir y abajo, al pie, las calitas de aquella zona.

“Aquí intimamos la primera vez –pensaba G.–. Fue hace... ¿cuántos años? Eran calitas salvajes y había que bajar jugándose el tipo por el acantilado. Nos desnudamos... fue maravilloso.”

“Fue en esta cala –recordaba al mismo tiempo R.–. Su cuerpo desnudo… fue delicioso…”.


Se miraron sin cruzar palabra, pero se dijeron muchas cosas con esa mirada intensa que mantuvieron a duras penas, con los ojos entrecerrados por efecto de la lluvia y el viento. Se apagó la ira de R. y se desvaneció la rabia de G. Se cogieron de la mano y bajaron a la playita por las escaleras recién esculpidas en el acantilado. Se despojaron de la ropa, a pesar del frío y la lluvia, y rodaron en un abrazo por la pendiente de arena húmeda hasta la orilla. Entonces, una ola gigante revolcó sus cuerpos que, enlazados, fueron arrastrados hacia la mar profunda.

© 2005, el autor de este blog.

martes, 20 de noviembre de 2007

8. Da gusto oír algunas cosas, pero hay que hablar menos

Hoy me llamó una amiga por teléfono para decirme que mi primera novela le gustó mucho ("mucho, mucho", me dijo literalmente). Lástima que mi vanidad henchida me hiciera hablar más de la cuenta para agradecerle su piropo y no le dejara decirme más cosas. Seguro que algo más me habría dicho, bien para alabarla más (y mi vanidad se habría vuelto inaguantable), bien para dejar caer alguna crítica, que es lo lógico. Perdona, Sol. ¡Y gracias, muchas gracias!

lunes, 19 de noviembre de 2007

7. Llegan los comentarios

Berrendita, "la Jefa" de la Fábrica de Sueños, y Donce, asidua de la Fábrica, me han hecho el honor de comentar este mi blog. Sólo puedo agradecerlo sinceramente (me sorprenden gratamente los comentarios que hacéis) y prometer que seguiré leyendo los sueños que fabrican Berrendita y sus fieles seguidores.

domingo, 18 de noviembre de 2007

6. Llega el frío

Escribí esto en un comentario en el blog de la "fábrica de sueños"(http://lafabricadeberrendita.blogspot.com/), un blog precioso y bien escrito, por cierto.

Lo escribí basado en lo que esribe Berrendita, me gustó (me gusté) y lo reproduzco:

"Ahora que el otoño de la vida anuncia el invierno,
después de que el verano, en su plenitud de vida, ya acabara
tras una primavera esplendorosa, desbordante de amor...

Ahora que el deseo aún surge en la mente
y se congela en el cuerpo por ese frío que el otoño anuncia,
por ese frío que condensará el aliento en el invierno que llega...

Ahora, cuando llega el invierno de la vida,
ni siquiera surgirá el deseo y se helarán los besos de rutina,
y se morirán de frío las caricias de siempre..."

5. Viento de Levante

En mi tierra, en Cái, el Levante es un viento irregular, seco, caluroso y sonoro. Los árboles se inclinan hacia el oeste, pero sus ramas van de un lado a otro como si el viento fuera “redondo”. Los remolinos que produce hacen volar lo que encuentran a su paso, como si de pequeños tifones se tratara, elevando la hojarasca a metros y metros de altura en un vuelo helicoidal. Si se observa una veleta, se verá que gira casi los 180 grados, desde el norte hasta el sur o, para ser más precisos, desde el nornordeste hasta el sursudoeste. Y, si el viento es muy fuerte, no es extraño verla girar una vuelta completa. Es un viento que silba al penetrar por cualquier rendija, produciendo sonidos cambiantes que parecen recorrer toda la escala musical. El Levante es un viento que sopla irregular, a ráfagas. Arrecia fuerte, descansa unos instantes, como para tomar nuevas fuerzas, y vuelve a la carga. Un buen temporal de Levante puede durar días y días, semanas y semanas en ocasiones.

Pero aquí, en Madrid, echo de menos sus ráfagas, su calor, sus silbidos. Echo de menos las aguas claras que deja en mis playas de Cái, la arena que lanza como alfileres contra tu cuerpo, el cielo azul que limpia de nubes...

sábado, 3 de noviembre de 2007

4. Desde Madrid

Aquí, en Madrid, me falta aire al respirar... y sólo me consuela soñar con mis playas de Cái. Sueño que estoy allí, que piso la arena húmeda con mis pies descalzos, que me baño en las frescas aguas de mi cala preferida, que me dejo arrastrar por las olas hasta que me encallan en la arena... sueño que me tumbo a tomar el sol y contemplo las gaviotas pasar con su elegante vuelo entre el cielo y yo... siento en mi piel el frescor del Poniente que arrastra el olor de la sal marina...

sábado, 27 de octubre de 2007

3. La mar y la playa

Las echo de menos.

La mar aquí, en Madrid, no se ve. "¡Háblame el mar, marinero, dime si es verdad lo que dicen de él; desde mi ventana no puedo yo verlo!". Cuando llego a mis playas de Cái, me encanta pasear por la arena y contemplar la mar.


Me seducen las olas. Son agua nueva que refresca todo, que refresca mi cuerpo y mi alma. Me quedo ratos contemplando cómo se forma la ola, cómo rompe, cómo muere lamiendo la arena. Sus restos retroceden hasta que su hermana menor la engulle, repitiendo el movimiento. Una y otra vez. A cada ola sucede otra. A veces alcanza una a la anterior en el momento de romper y rompen juntas. Entonces, la masa de agua es mayor y cubre más arena al morir. Es un espectáculo.


La playa. Limpia y solitaria, como a mí me gusta. Arena rubia. Arena virgen, cuando aún no fue pisada tras bajar la marea. Arena húmeda, si la mar la cubrió. Arena seca, si al sol le dio tiempo entre marea y marea. Arena fresca. De vez en cuando unas rocas, y rocas en los extremos, contra las que rompen las olas que no han querido lamer la arena.


De vez en cuando gaviotas, que vuelan bajo sobre la playa. A veces sobre la mar, en donde se zambullen
buscando los peces. O se posan, para dejarse mecer por las olas. Un espectáculo, su vuelo. Pareciera que no se esfuerzan al volar, tal es su habilidad. Baten suavemente sus alas y luego planean un largo trecho, sin esfuerzo. Recorren mi playita de punta a punta y desaparecen tras las rocas de un extremo. Luego vienen más y más, todas en la misma dirección. Supongo que luego vuelven, debe ser al atarecer.

Echo de menos mis playas, la mar y las gaviotas. Yo tendría que vivir allí.

2. Escribiré algo

Bien. Ya que empecé habré de seguir.

Hoy. Hoy, sábado, ha sido un día algo tonto. Sin darme cuenta ya son las ocho y pico de la tarde. Me había propuesto ponerme a escribir para terminar de una maldita vez mi tercera novela. Pero no hay manera. Por la mañana, como todos los sábados, partido de squash. Ya empezó mal el día: perdí 2-1 y cuando me proponía esforzarme para ganar por 3-2, mi oponente me dice: ¿lo dejamos, no te importa?. ¡Qué le voy a decir! Sauna, cerveza y periódico, casa, más periódico, comida (agradable con los hijos y mi mujer), breve siesta, me siento para trabajar en mi novela y... mi hija me pide ayuda. La ayudo, o lo intento, y me dan las siete. Actualizo unas páginas de una de mis webs, con datos de la exposición de una amiga y... ya son las ocho. Bien. Menos mal que esta noche ganamos una hora. O sea, que ahora podrían ser las siete de nuevo, y no las ocho.

¿A quién le importa esto? Obviamente a nadie. Si escribiera sobre otras cosas y no sobre mí mismo...

En la entrada tres lo intentaré.

domingo, 21 de octubre de 2007

1. Primer intento

Muchas vueltas he dado a esto de los blogs o cuadernos de bitácora... y siempre me pegunté: ¿para qué?, ¿alguien va a leerte? Ya hay millones y millones, ¿crees que alguien se fijará en el tuyo?

Bien, escribirás tú solo. Para ti. Serán tus reflexiones. Mira, puedes utilizarlo para parir ese argumento de tu nueva novela que llevas tanto tiempo intentando... O para reflexionar sobre el día que expira; o para tus confidencias personales, que a nadie importan sino a ti; o para intentar tus escritos pseudopoéticos que a veces imaginas y nunca escribes.

Me decido. A fin de cuentas, ¿qué tengo que perder?

¿Nombre? Guarismo: cada uno de los signos o cifras arábigas que expresan una cantidad. No está mal. A mí siempre me gustaron los números. ¿Guarismo, cuaderno de bitácora? ¿Cuaderno de bitácora de Guarismo? No, Guarismo, simplemente.

¿Alguna foto para empezar? Sí: de la mar en la playa. Me encanta.